Revista Antropología y Derecho.
Centro de Estudios en Antropología y Derecho CEDEAD.
Número 10. Diciembre de 2022
Antropología y Malvinas a cuarenta años del conflicto bélico: Entrevista con Rosana Guber
Facundo Guadagno[1]
En esta entrevista con Rosana Guber[2] se buscó profundizar en su reciente compilación, Mar de Guerra (2022)[3], que a cuarenta años de la Guerra de las Malvinas (1982) implica una exploración antropológica considerando la complejidad del conflicto bélico: sus jerarquías, la relación de los combatientes con su entorno, percepciones sobre la guerra, entre otros tópicos, que sugieren la necesidad de una relectura de los acontecimientos. Siguiendo esos lineamientos, en esta conversación se abordaron cuestiones epistemológicas esenciales para contemplar la complejidad de la investigación, la literatura especializada sobre el tema y los aportes de la disciplina antropológica sobre estos estudios. La entrevista se realizó el 23 de junio de 2022.
Para facilitar la lectura del artículo, las referencias se aplicaron como notas al pie.
Facundo Guadagno: Algunas de las cuestiones principales que me gustaría ahondar sobre Mar de guerra(2022) recaban sobre la cuestión epistemológica en dos cuestiones: el texto en sí y una ponencia sobre el hacer de este texto[4]. ¿Cómo surge el problema de investigación en relación a tu biografía como antropóloga? ¿Cómo surge el problema de estudiar a la guerra de Malvinas?
Rosana Guber: En el problema siempre hay alguna dimensión personal. Hasta 1982 mi vida estuvo signada por la presencia militar en distintos ámbitos: la universidad, lo personal, la política, todo. Pero el 2 de abril de 1982 aparece una dimensión nueva del desempeño militar en la Argentina: nada menos que una guerra internacional que altera el clima político. Empecé a pensarlo como tema de investigación alrededor de 1986. Esto implicaba trabajar con un tema antipático, ya que en ese período se estaban dando las sublevaciones militares de los oficiales medios y subalternos del ejército. Lo que el periodismo llamó “carapintadas”. Las respuestas del mundo académico eran normativas, y eso después lo seguí viendo con toda la literatura sobre la transición del régimen autoritario al régimen democrático, como ocurría en Ciencias Políticas.
Sin embargo, nadie abordaba el problema desde quienes fueron los protagonistas directos, algo que parecía lógico ya que el gobierno militar estaba siendo enjuiciado, pero no tiene que perderse de vista que la iniciativa bélica incluyó a hijos de gente que estaba en las plazas apoyando la guerra, ya que en esa época regía el servicio militar obligatorio. La guerra no fue un manotazo de ahogado o un acto suicida, sino un teatro de operaciones, un conflicto bélico que involucra a la totalidad de la sociedad argentina, y tenía que ser analizado como tal. Pensé que esto podía ser visto desde la antropología, que suele involucrarse, generalmente, con cuestiones con las que nadie quiere meterse. Así comenzó mi campo con Malvinas.
FG: Suele haber una simplificación que el mismo campo rechaza: ser considerados “chicos de Malvinas”. Esto es claro en ¿Por qué Malvinas?... (2001)[5] y De chicos a veteranos… (2004)[6]. ¿Cómo veías esta cuestión de lo que dividís entre la visión dictatorial y la heroica- ¿Con quiénes discutías en ese momento?
RG: Son momentos diferentes. La simplificación de las Ciencias Sociales respecto a la guerra está en ciertas limitaciones del abordaje. Existe la historia de la guerra, escrita por militares o historiadores que se nutren de estas fuentes, que generalmente destacan los aspectos heroicos. Es lo que llamo “la visión heroica de Malvinas”. Pero también historia de la guerra desde el punto de vista de los combatientes, algo relativamente nuevo. El punto es que las Ciencias Sociales persisten en la visión de que Malvinas fue una continuación de los campos clandestinos de detención en el continente, que es lo que llamo “la visión dictatorial”. A mí esto me parece una extraordinaria simplificación del evento histórico: los que estuvieron en Malvinas no lo vivieron ni lo transmiten de esa manera, y las formas de caracterizar el pasado, aunque sean críticas, no tienen que ver con las visiones externas a ellos. Por otro lado, la guerra se perdió. Ahí están los dos puntos por los cuales suele soslayarse Malvinas: la derrota y el continente como tortura.
Cerca del 2010 comencé a hablar de esas dos perspectivas contrapuestas que aparecían en discursos y en escritos. Es lo que llamé, haciendo una caricatura, dictatoriales y heroicos. Unos dicen que la guerra sólo puede ser vista dentro del contexto de la dictadura, lo cual significa confundir lo dictatorial interno con la guerra internacional como el absoluto dominio del Estado. Precisamente en una guerra, la razón de Estado domina la totalidad de la vida. En cambio, los heroicos destacan lo que estuvo bien hecho, la entrega al combate, pero no dicen absolutamente nada de las razones por las cuales se perdió. Entonces uno termina con la idea de que la guerra se perdió porque había una superioridad tecnológica extraordinaria. Esto no es tan así.
FG: Efectivamente. Al estudiar Malvinas parecería haber un solapamiento entre una cuestión del hecho histórico y la representación, es decir, dentro de los soldados hubo represores, y eso resulta un tema difícil de abordar. ¿Cómo abordás este problema?
RG: Algunos fueron represores y otros no, pero eso no es un ADN. En todo caso, todos pertenecían a las Fuerzas Armadas (FF.AA.) con su orden institucional, de determinadas acciones y específicas funciones políticas. Pero la figura del “represor” o el “perpetrador” pertenecen al lenguaje jurídico. Esto es toda una discusión en sí misma. Las FFAA debían dedicarse a la defensa y en 1982 la sociedad civil y todo el espectro político entendieron que las FFAA en el gobierno, en ese gobierno, estaban defendiendo un territorio reclamado por la Argentina. La pregunta no es si los soldados fueron represores, sino por qué civiles y políticos convalidaron a las FFAA en el Atlántico Sur. Recordemos que, en la época, hubo tres objetivos: el enemigo interno, Chile y Malvinas. Tres instancias que fueron vividas como “guerras” por sus contendientes. Pero esas tres guerras eran diferentes y, por lo tanto, se vivieron de maneras distintas.
FG: Ellos mismos las definen como tres guerras.
RG:Claro. Soy vehemente con esto porque si quiero entender lo que fue Malvinas no puedo partir de mis presupuestos y quedarme en ellos. Tengo que entender las cosas desde el punto de vista de los que hacen la guerra. Si no, estoy hablando de otra cosa. Este es un gran problema de las ciencias sociales: hasta pocos años atrás, no se les ocurría que los militares tuvieran algo que decir, porque lo único que buscan es auto-justificarse. Puede ser, pero no es lo único que hacen.Lo que yo aprendí en estos años de trabajo es que son ellos los mejores críticos de lo que pasó en Malvinas; ellos la vivieron desde la lógica militar, de la cual los civiles tenemos poca idea. Ellos saben qué es criticable, qué es importante, y qué no lo es o tiene una relevancia secundaria. Así que no es verdad que se justifiquen todo el tiempo. El acontecimiento se enmarca, se entiende, desde quienes lo llevaron adelante y quienes fueron afectados por las consecuencias de una guerra internacional.
FG: En una entrevista reciente, Emilio Nani[7] se refirió a los británicos fuera de las categorías estándar del periodismo: los encontró como adversarios, pero con ciertos códigos, como la atención médica una vez que el conflicto bélico terminó, e incluso las relaciones entre británicos y argentinos luego de la guerra. Sin embargo, estudiar Malvinas implica ser aceptado por el campo, en este caso, los ex combatientes. ¿Cuándo te diste cuenta que el campo te había aceptado?
RG: El campo está compuesto por personas que están conectadas a través de ciertos circuitos, y no tienen las mismas reacciones. Trabajé con ex soldados, oficiales, suboficiales, y entre los marinos con aviadores navales, submarinistas, marinos de la Flota, infantes de marina, entre los aeronáuticos trabajé con pilotos de caza, pilotos de ataque, algunos pilotos de transporte y suboficiales que no volaban o volaban en los de transporte … ¿Qué quiero decir con esto? Que son individuos con percepciones distintas, no se trata de un campo homogéneo que se abre o se cierra. Hay gente a la que le interesa contar, hay gente a la que no. Pasa de todo. Y uno va aprendiendo en las interacciones, metiendo la pata, porque por definición estás haciendo investigación. No la hiciste. La estás haciendo y, por definición, al menos en el trabajo de campo antropológico, no sabés. El investigador no sabe y tiene que aprender. Eso traté de hacer.
FG:Creo que es útil mencionar alguna metida de pata.
RG: Pasé de trabajar con pilotos de la Fuerza Aérea a trabajar con la aviación naval de la Armada. Son parecidas, pero no iguales. Venía con la cabeza de la Fuerza Aérea, siete años tratando de aprender y de entender sus argumentos. Y empecé a conversar con aviadores navales que se auto-definen como “marinos que vuelan”. Mi perspectiva tenía que cambiar, tenía que ser otra. Por ejemplo, la terminología que yo usaba denunciaba desde dónde los estaba escuchando. Los marinos no hablan del avión como “sistema de armas”; los aeronáuticos sí. Los marinos hablan todo el tiempo del “gancho” que es lo que usan para enganchar cuando aterrizan en la cubierta de un portaaviones; los aeronáuticos tienen el gancho en algunos aviones, pero no hablan del tema.Tengo incontables metidas de pata pero la gente se da cuenta que querés aprender. No querés decirles a ellos cómo son o cómo fueron las cosas. Las personas notan cuándo realmente buscás aprender de ellos y no decir lo que te da la gana o lo que venía de tu “marco teórico”.
FG: La producción del texto es una instancia fundamental en la etnografía. ¿Hubo algún caso donde preferías que los militares no te leyeran?
RG: Hay gente que le interesó la propuesta, pero no quiso saber nada de leerse, así que no leyó el texto. Los casos que supe no tienen que ver conmigo, necesariamente, sino con revolver en un pasado doloroso. Por ejemplo, la persona que me invitó inicialmente a hacer el trabajo, Antonio ‘Tony’ Zelaya, hablé con él y su señora, Marcela, juntos y por separado. Ella fue muy expresiva conmigo y fue fundamental para entender la posición de las esposas que, generalmente, se desconoce. A Marcela le afectaba mucho el recuerdo de esa época y creo que no leyó lo que escribí porque le dolía tanto. Eso es muy importante de tener en cuenta, aun cuando el marido hablaba y ponderaba lo que habían hecho en aquellos días. De cualquier manera, ella estuvo incluida en la escritura, pero duele, como a cualquier protagonista de Malvinas. A algunos pilotos les pasaba lo mismo y sé que no leyeron por sufrimiento.
FG: ¿Encontraste respuestas distintas según el grado militar? En sentidos de heroicidad, lamento, dolor, ansias de revancha.
RG: Los oficiales tienen una formación para el mando y para hacer la guerra, mientras que un conscripto se entrena para un posible conflicto, pero no tiene la teoría ni la elaboración para entender qué pasa en el caso que esté en el campo de batalla. Los oficiales tienen la teoría, una indagación más analítica. O debieran tenerla. El mundo del soldado es distinto, y en su discurso aparece el tipo de trato que recibió, qué comió, la relación con el jefe de sección: eso es lo que ve y vive.
FG: En otra ocasión me mencionaste la importancia de los tonos, por ejemplo: “comer una vez al día”. Eso puede ser épico, heroico o un lamento.
RG:Esto es muy importante. Si yo estoy esperando que me digan, supongamos, que había soldados que comían una vez por día, puedo interpretarlo de distintas maneras: como un mérito, como una proeza, como un lamento, como una acusación, como un reclamo. Lo cierto es que había quienes comían una vez por día y quienes comían tres. Puedo escuchar las narraciones con admiración o con lástima, como hace el periodismo. Le cuentes lo que le cuentes, el periodista está instalado en un problema y así te mira. Su interpretación empieza en su cabeza, sigue por su cara, y es independiente de lo que le diga su entrevistado. En el tema Malvinas las personas que hacemos investigación académica o periodística tenemos nuestros sesgos, tenemos alguna idea de lo que queremos saber y, también, cierta visión de la guerra, uno de los hechos socio-culturales más difíciles de entender, especialmente en tiempos de paz. El inconveniente es que de pronto estás bajo las bombas y todo cambió. Tus prioridades, tus movimientos, tus sensaciones, todo cambió. Si no, preguntémosle a los ucranianos.
FG: Es imponer un marco teórico.
RG:No sé si teórico. Me parece más bien ideológico-político. Haría una diferencia, porque hay pocos trabajos con la pregunta antroplógica en este tema. Esa pregunta nos permite recuperar una variabilidad, una riqueza de significados que suele aplanarse como una sola cosa, tipo “La guerra es mala y cruel. ¿Entonces? ¡¡¡No trabajemos sobre la guerra!!!”
FG: Pensar a “los pibes de Malvinas”, que es una categoría periodística, implica que la pregunta antropológica también sea política.
RG: Puede ser que se encuadre en una disputa política. Lo que me importa es complejizar algo que se toma de una manera completamente simplista. Y debo aclarar que la expresión es “los chicos de la guerra” y “los chicos de Malvinas”. Ese término lo sacó el periodismo de la gente. Eran “los chicos”, “nuestros chicos”, los hijos de los argentinos. Siguiendo con lo del simplismo,en la antropología argentina, sobre todo entre los años 1960’s y 1970’s, había algunos colegas que prohibían escribir o publicar ciertos temas por el temor de que fueran usados por organizaciones norteamericanas. Eduardo Menéndez lo decía con todas las letras: la publicación le servía al Pentágono, y en la acusación incluía a CLACSO y a FLACSO. Esta actitud fue sumamente negativa para la disciplina y, sobre todo, para los estudiantes. Por supuesto, la acusación entraña una cierta inocencia o ingenuidad. Con respecto a Malvinas, por ejemplo,Gran Bretaña sabe bastante bien qué argentinos pelearon y qué argentinos no pelearon. La inteligencia de los Estados que la utilizan para los fines externos de sus naciones (y no estoy hablando de la Argentina, obviamente) tienen información mucho antes de que llegue el antropólogo. Y los antropólogos que colaboraron con sus estados, como los que ayudaron a entender a los alemanes y a los japoneses durante la segunda guerra, lo hicieron a sabiendas. Lo mismo con los que hicieron inteligencia en Indochina. Pero hacer antropología no es sinónimo de hacer inteligencia. Esta es toda una discusión que habría que retomar, sobre todo en los tiempos de la sobre-información actual.
FG: Es estar al filo de la distancia entre el político y el científico, ya señalada por Weber. En tus escritos mencionás el concepto de Tim Ingold“dwelling”, habitar. Habría dos maneras distintas de habitar en la aviación y en los buques. ¿Cómo describirías estas formas de habitar?¿Qué contrastes ves?
RG: La relación entre dos fuerzas estatales está atravesada por la historia. La Fuerza Aérea fue creada por Perón como Secretaría de Aeronáutica: Perón tenía en la cabeza a la aviación alemana. La idea de la Luftwaffe que toma Perón para aplicarla en la Argentina es que todo lo que vuela le pertenece, sea sobre el mar o sobre la tierra. Sin embargo, un actor principal del golpe de Estado de 1955 fue la Armada, en la persona carismática del Almirante Isaac Rojas. En un artículo comparé a los aviadores navales y a los pilotos de caza que en Malvinas manejaron el mismo avión, el A-4 Skyhawk, al que se apodaba y representaba como un halcón. Mi pregunta fue si los A-4B de la Fuerza Aérea y los A-4Q de la Armada pertenecían a la misma especie y se habían ido separando, o si tenían distinto origen. Obviamente estoy jugando con la metáfora biológica de la especie, porque ellos no se reconocen iguales; más bien lo contrario. Sucede que con estas cosas, no hay razones biológicas sino de otro orden. Malvinas ocurrió después de 27 años de tensión, donde la Marina le impuso a la Fuerza Aérea su jurisdicción en el espacio aero-terrestre, mientras preservaba el derecho a actuar y a equiparse en el espacio aero-naval. De esta manera, y como en casi todos los países, los espacios insulares como Malvinas pertenecen a las jurisdicciones navales. Sin embargo, pese a que en 1982 el escenario bélico era netamente naval, la Fuerza Aérea se lanzó al teatro bélico sin obedecer la orden de la Armada. Y la Armada quitó su Flota de Mar (sus buques) después del hundimiento del Crucero General Belgrano. La Fuerza Aérea se terminó apropiando del espacio aero-marítimo, mientras que la aviación naval dejó el portaaviones y comenzó a actuar desde el litoral patagónico. Ojo que en una organización militar, la gente no hace lo que se le da la gana. No es que alguien desobedece lisa y llanamente una orden y, por ejemplo, emprende una misión que no fue ordenada. Pero desde el punto de vista de un observador externo esto es lo que pasó. Y los marinos que hicieron lo que tenían que hacer, cargan con esta imagen sobre ellos hasta el día de hoy.
Entonces en cuanto a las maneras de vivir o habitar, hablar del ambiente como aeromarítimo es muy distinto que hablar del espacio aeronaval. El lugar del mar, cómo se percibe, cómo se lo navega, cómo se le teme, todo es distinto. Es distinto en el adiestramiento, en el equipamiento, en el conocimiento. Siempre se dice que el aprendizaje se hace en la práctica, y que la guerra se distancia bastante de todo cuanto puedas ejercitar, sobre todo porque en las prácticas no hay enemigos reales. El punto es que una cosa es hacer la guerra aérea sobre el mar conociendo el ambiente marítimo en seis salidas anuales de 20 días cada una, y otra muy distinta es lanzarte al combate sobre el mar sin saber qué es la popa y qué es la proa de un buque … de un buque de guerra, y equipado con bombas destinadas a instalaciones terrestres. Esto es lo que trabajé en Experiencia de Halcón con respecto a la Fuerza Aérea: cómo hicieron experiencia a partir de no tenerla.
FG: Me gustaría mucho profundizar sobre esto: ¿cómo “a partir de no tenerla”?¿No habían simulacros?
RG: No se llaman “simulacros”. Se llaman “prácticas” o “ejercicios”. Como te decía, había una relación de animosidad y hasta de oposición entre la Marina y la Fuerza Aérea. Los militares en función política también tenían sus grietas, como ocurre en los Estados. Entonces, lo que hice fue describir cómo los aeronáuticos hicieron experiencia en atacar fragatas misilísticas sin tener equipamiento ni práctica, no sólo para el ataque, sino para orientarse en el mar, que es toda una cuestión.Además, los aeronáuticos no tenían experiencia en atacar blancos flotantes, donde las bombas pesadas para blancos terrestres siguen de largo; tampoco tenían equipamiento para caer al mar, y conseguirlo fue todo un tema. Obviamente, un transporteroque manejaba un avión de transporte como el Hércules, el Boeing, sabía de mar porque cruzaba a la Antártida o aero-navegaba a América del Norte y a Europa. Pero estas eran misiones militares que comprometían aviones de caza y de ataque, y esos pilotos que terminan siendo las estrellas de la Fuerza Aérea no tenían entrenamiento alguno. Lo aprendieron sobre la marcha, y mientras perdían muchas vidas… eran en su gran mayoría oficiales, 36 de los 55 muertos de la Fuerza Aérea. Los aviones de guerra, sobre todo los de caza como los A-4 y los Dagger son “monoplaza”: un tripulante, que es un oficial.
FG: Justamente, para los que estudiamos de una manera u otra el tema Malvinas, es muy reivindicada la tarea de los pilotos. ¿Cómo describirías su saber técnico? ¿Cómo lo recapitulan estas personas?
RG: Una de las cosas que, en general, no se conoce, es la diferencia entre la aviación naval y la fuerza aérea. La fragata británica Sheffield y el buque logístico Atlantic Conveyor fueron hundidos por Exocets, misiles franceses Aire-Mar que acababa de comprar la Armada para equipar los Super Étendard, también flamantes y franceses. Esa dupla, que estrenaron los argentinos, fue un “dolor de cabeza” para el comandante de la Royal TaskForce, Sandy Woodward. Pero la aviación naval también tenía aviones idénticos a los de la Fuerza Aérea, los A4, un poco viejos, pero funcionaban, tanto que en conjunto hundieron varias fragatas como la Ardent, la Coventry, la Antelope, la Argonaut, y el logístico Sir Galahad, además de dejar fuera de combate a otras tantas. El tema de los aviones de caza aeronáuticos es que para lanzar las bombas pasaban por encima de los buques enemigos ¡¡¡que les tiraban con absolutamente todo!!! Así cayeron o se eyectaron varios pilotos argentinos de la Armada y de la Fuerza Aérea. Por todo esto, al compararse con los aviadores navales, los aeronáuticos exhiben la heroicidad de haber hecho lo que hicieron sin saber de antemano cómo se hacían. Y fueron una enorme sorpresa para los británicos que sólo temían a los aviones franceses. Tanto que la hipótesis de que se hubiese ganado si sólo continuaban una semana más fue dicha por el mismo Woodward. No creo que fuera tan simple, pero esa sensación debió ser real. Lo cual muestra un enorme profesionalismo de la parte argentina: no puede hacerse una operación militar en un avión, con toda su complejidad técnica, sin un sólido conocimiento técnico. Y esto incluye volar sobre el mar, que es insondable, inmenso, igual.
FG:Sin orientación alguna.
RG:Eso lo da un navegador o, en otras épocas, las estrellas y el sol. Los pilotos de la Fuerza Aérea no debían volar prácticas de combate sobre el mar, así que el Atlántico Sur fue un nuevo campo para ellos que les exigió usar todo lo que sabían y mucho más. La Fuerza Aérea descansa en sus oficiales y, en algunos aspectos, en los suboficiales que son los amos técnicos. Pero a la hora del ataque, la cortina de misiles de dos fragatas combinadas era atravesada por el oficial en su avión. Esa destreza se automatiza en el cuerpo: no hay tiempo para pensar qué botón hay que apretar y qué clavija mover. Todo sucede en milésimas de segundos, donde se juegan la vida.
FG: ¿Esa sería una manera de habitar?
RG:Es lo que en Experiencia de Halcón (2016)[8] llamo “experiencia castrense” que es “ponerse el avión”, como si fuera una prenda. Es una relación íntima: ir a 800 km/h sólo puede despertar y sostenerse con reacciones adrenalínicas, y si te dan tenés que eyectarte y algunos, en semejante situación (saltar en paracaídas y abandonar el avión) decidían adónde hacerlo.Es muy difícil hacerse una dimensión de tales vivencias. Desde quien lo observa o lo escucha, uno dice “Este es un genio” o notar que la formación militar te entrena de esa manera o morís en combate. Esa formación también tiene su costo.Hay muertos en tiempos de paz, es decir, en los ejercicios, como el padre de una joven trabajadora social que hizo la maestría en antropología en la Universidad Nacional de Córdoba, Paola Machinandiarena. Su padre se accidentó en una práctica en Villa Reynolds, San Luis.
FG:¿Cuál es la labor antropológica al escuchar a estas personas que participaron en ejercicios tan riesgosos?
RG: La labor antropológica consiste en tratar de comprender una experiencia. ¿Dónde ubican al mérito? ¿En el saber, en su entrenamiento, o en la heroicidad? Y luego la interpretación. Con la Fuerza Aérea trabajé con el concepto de “experiencia”, que para ellos no es sólo haber vivido Malvinas, sino la capacidad de haber desarrollado a lo largo de la guerra, una experiencia para la cual no estaban formados. “Cómo lo hicieron” es mi pregunta antropológica. En cuanto a la Marina, particularmente, ellos encuadran su trabajo en el mar: ¿qué significa para ellos? ¿por qué volar sobre el mar es distinto a hacerlo sobre tierra? ¿qué efectos institucionales tiene ser el dueño del mar? Ellos “enganchan” en la cubierta del portaaviones, y es la palabra que usan para referirse a esta relación con su experiencia como pilotos. La Armada es sumamente diversa, como te decía antes. Hay marinos de aire, de superficie, de costa y tierra, y también subacua.
FG: En ese sentido, yendo a los submarinos, desarrollaste el concepto de “espíritu de buque”, ¿qué sería este “espíritu de buque”?
RG: En general, las organizaciones militares hablan de algo espiritual que los une, como el espíritu de unidad o “de cuerpo”. Es una cuestión de pertenencia, de identidad, que se exacerba para mostrarse frente al enemigo, y que se aprende muy temprano en las escuelas militares. Análogamente, esto ocurre mucho en las universidades norteamericanas e inglesas. Pero lo que caracteriza a las marinas del mundo son sus barcos, que ellos llaman buques, y un buque necesita una integración muy aceitada porque si no se hunde. No hace falta que haya guerra. Hay tormentas, rocas y témpanos, ballenas, quietud, corrientes marinas tremendas. Hay accidentes en tiempos de paz. Y lo vimos con el submarino San Juan. Entonces hay algo que los tiene unidos y que ellos llaman“espíritu de buque”. Es un ordenamiento jerárquico y con una clara división del trabajo por el rango y por las especialidades y los conocimientos.Si estás en el mar,la ausencia de alguien ahí arriba que mande, conozca y diga lo que hay que hacer, estás a la deriva y eso, en el mar, es la muerte. No de una persona: de decenas y de cientos de personas. Y si hay mando y conocimiento, la gente puede enfrentar el peor de los desafíos. Sólo así se entiende que con dos torpedos y un barco herido de muerte que se hundió de manera inminente e inclinada (escorado), con 1093 tripulantes a bordo, se hayan salvado 670. Una enormidad para la destrucción que provocaron los dos impactosdel 2 de mayo de 1982.
FG:Después de la guerra fueron comunes los relatos de soldados sobre cómo fueron tratados. Le adjudican a la figura de Alfonsín un concepto que me parece clave para comprender Malvinas: “desmalvinización”.¿Podrías comentar un poco sobre este concepto y sobre como lo tomaron tus nativos?
RG: En general, se dice que “desmalvinización” fue el término que le propuso Alain Rouquié, un politólogo francés, a Alfonsínpara desarmar políticamente a los militares en la Argentina.Creo que el concepto debe ser trabajado en perspectiva histórica y analizar quéqueremos decir los argentinos con “desmalvinizacion”.Es interesante, porque el primero en incumplir la sugerencia del francés fue el mismo Alfonsín cuando el 19 de abril de 1987 cerró el conflicto con los oficiales medios del Ejército y los calificó como “héroes de Malvinas”, así que no es tan fácil.
FG: Las leyes de obediencia debida muestran que no fue un proceso monolítico. Ahora, ubicándonos en el presente, ¿cómo evalúan Malvinas tus interlocutores a cuarenta años de la guerra? ¿Hay arrepentimiento o una intención de volver?
RG: No quieren sufrir dos veces lo mismo, pero creo que algunos querrían volver para hacer las cosas mejor. No es volver en condición militar; es volver a las posiciones o es ir para reconocer dónde cayó un camarada. No siempre para los veteranos de guerra lo ocurrido en 1982 es un aprendizaje. Como dije antes, a veces es dolor. A veces también incomprensión. La realidad es que hay muchas medidas que los benefician, como las pensiones, la exención de peajes, una cobertura social muy buena. Sin embargo, esto no compensa la incomprensión de la sociedad civil y política acerca de lo que pasó en 1982. Y de esto hay demasiado.
FG: Por último, tengo un tema metodológico que roza con la noción de reflexividad, clave en tus textos. Para hacer antropología hoy, ¿es pertinente preguntarse por la pretensión de objetividad o es un interrogante vetusto?
RG: No me pregunto por la objetividad, sino por cómo son las personas. Me pregunto cuestiones que quizás uno podría asociar con la Antropología, no necesariamente con la objetividad. Creo que lo fundamental es detectar la posición de mi interlocutor con respecto a lo que vivió y a lo que aprendió. Sin imponerle mi reflexividad (mi agenda como investigadora universitaria de ciencias sociales), e ir sustituyéndola por las reflexividades de él y de ellos. Nos queda mucho por hacer. Los veteranos van muriendo. Los estudios sobre Malvinas cuando no quede ningún veterano de guerra vivo, van a ser otra cosa. Pero ese no va a ser mi problema. Lo será para quienes sigan haciendo antropología detrás de mí.
[1] Magíster en Antropología Social por Universidad Nacional de San Martín- Argentina (IDES) - IDAES/UNSAM. Profesor de Antropología en Universidad de Buenos Aires. Profesor Ayudante de Antropología Política en IDES. ORCID: https://orcid.org/0000-0003-0892-6732
E-mail: facundo.guadadagno@gmail.com
(Agradezco a Edgar Woroniuk (Universidad de la Cuenca del Plata, Chaco) por su colaboración en la transcripción de esta entrevista).
[2] Rosana Guber es doctora en antropología social, investigadora del CIS-IDES/CONICET y dirige la Maestría en Antropología Social de la Universidad Nacional de San Martín. Es autora de diversas publicaciones (De chicos a veteranos; ¿Por qué Malvinas?;Experiencia de halcón). En 2016 recibió el Konex Platino en Antropología/Arqueología. Entre 2017 y 2020 dirigió el proyecto que dio nombre a Mar de Guerra.
[3] Guber, R (Ed.). (2022). Mar de guerra. La Armada de la República Argentina y sus formas de habitar el Atlántico Sur. Editorial SB.
[4] Guber, R. (2019). Haciendo Mar de guerra. In II Jornadas sobre la Cuestión Malvinas en la UNLP (La Plata, 28 de noviembre de 2019).
[5]Guber, R. (2001). ¿Por qué Malvinas?: de la causa nacional a la guerra absurda. Fondo De Cultura Económica.
[6]Guber, R. (2004). De chicos a veteranos. Memorias argentinas de la guerra de Malvinas. Buenos Aires: Antropofagia.
[7]Emilio Nani es un militar argentino que participó voluntariamente de la Guerra de Malvinas. Para más información consultar: https://institutodecultura.cudes.org.ar/profesor/emilio-guillermo-nani/
[8]Guber, R. (2016). Experiencia de Halcón: Ni héroes ni kamikazes: pilotos de A4B. Sudamericana.