Revista Antropología y Derecho.
Centro de Estudios en Antropología y Derecho CEDEAD.
Número 10. Diciembre de 2022
Reseña Reseña del libro:
“Viaje, Experiencia y Memoria: Narrativas de profesionales de la Salud Pública de los años 1930”, de Neiva Vieira da Cunha.
Editorial Antropofagia, Buenos Aires, 2022.:
Las cicatrices profundas de las epidemias: El reto de los sanitaristas brasileños de los años 30[1]
María Carman
Neiva Vieira da Cunha es antropóloga, profesora de la Universidad de Estado de Río de Janeiro, coordinadora del Núcleo de Estudios sobre Periferias Urbanas e investigadora del Laboratorio de Etnografía Metropolitana “Le Metro” de la Universidad Federal de Río de Janeiro.
En este libro, editado por primera vez en castellano por Editorial Antropofagia, Vieira nos trae el mundo de los sanitaristas brasileños que comenzaron a trabajar en los años 30 del siglo XX. Viaje, Experiencia y Memoria: Narrativas de profesionales de la Salud Pública de los años 1930 fue, originalmente, la tesis de doctorado de la autora. La edición original de este libro obtuvo el premio de la Asociación Nacional de Posgrados e Investigaciones en Ciencias Sociales (ANPOCS) de Brasil en 2004.
El libro nos invita a realizar un viaje por los laberintos de la memoria de los embalsamados, según la irónica expresión que los sanitaristas tienen para referirse a sí mismos. Por otro, emprendemos un viaje por una geografía no menos intrincada: el Brasil profundo afectado por distintas zoonosis.
La autora recorre los pormenores de la configuración del campo de Salud Pública en Brasil de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, cuyas transformaciones fueron inspiradas por figuras innovadoras de la talla de Oswaldo Cruz y Carlos Chagas. La actualidad de ciertos señalamientos sorprenderán, en más de un sentido, al lector de las primeras décadas del siglo XXI. Mencionemos un caso paradigmático.
Vieira comenta que el modelo de Salud Pública brasileño fue concebido –bajo la influencia decisiva de la Fundación Rockefeller– como un departamento de guerra conformado por un gran ejército sanitario contra la peste bubónica, la fiebre amarilla, la malaria, la enfermedad de Chagas, el tracoma y la enfermedad de pian.
Esta analogía entre la Salud Pública y las organizaciones militares nos resulta extremadamente familiar: líderes políticos mundiales como Boris Johnson, Donald Trump o Alberto Fernández utilizaron metáforas bélicas para referirse a la pandemia de coronavirus. Estamos en una guerra sanitaria. El enemigo está ahí, invisible e inalcanzable, dijo Emanuel Macron en marzo de 2020. La frase podría haber sido pronunciada, mutatis mutandis, por el epidemiólogo brasileño Oswaldo Cruz, quien había introducido un modelo militarizado de campaña en la lucha contra las grandes epidemias urbanas en 1904; un modelo que luego se replicaría a lo largo y ancho del país.
¿Cuáles eran las singularidades de estos sanitaristas de la vieja guardia, y su forma itinerante de ejercicio de la medicina? En una reconstrucción atenta a las categorías locales, Vieira relata las condiciones de anonimato en la que estos sanitaristas realizaron las campañas; los conflictos y dificultades de trasladarse junto a sus familias a parajes aislados; la fuerte impronta vocacional en la elección por la Salud Pública y la valoración de la experiencia adquirida en campo.
Para ser sanitarista hace falta, dicen los embalsamados, una inclinación y cualidades espirituales. Las “credenciales” de sanitarista solo se obtienen con pruebas, es decir, a partir de los constantes viajes que deben realizarse en el desempeño de la actividad.
El espíritu del sanitarismo no nace, se hace. Los sanitaristas se perciben a sí mismos adscribiendo a un sentido del juego: el combate a las enfermedades endémicas en el interior de Brasil. Esta creencia compartida da cuerpo a un proyecto vivido como desinteresado y casi épico. Como señala uno de los entrevistados, no estaban preocupados por ganar dinero sino que actuaban guiados por ideales. No se elige el sanitarismo: es preciso ser elegido por él.
En la reposición de sus trayectorias laborales, Vieira se demora con delicadeza y sensibilidad en ciertos acontecimientos inesperados que torcieron el rumbo de esas carreras médicas que recién comenzaban. Algunos sanitaristas trabajaron inicialmente en consultorios u hospitales, pero luego el espíritu de aventura los llevó a emprender el camino de la Salud Pública y todo lo que ello implicaba. En palabras de uno de sus protagonistas, “la oportunidad de conocer Brasil, y al conocer Brasil, de entrar en contacto con esa población que sufre, marginada, que vive en el interior”.
La “lucha anti-Aedes aegypti” y otras enfermedades exigía, en efecto, un régimen laboral de tiempo completo y una disponibilidad inmediata para viajar. La búsqueda de enfermedades y enfermos transcurría siempre en los confines o bien –como expresan poéticamente los entrevistados– al final de la línea del ferrocarril.
Vieira transmite en forma amena y precisa los imponderables de la vida del “nómade mata-mosquitos”: las alianzas con los funcionarios locales, los diarios de campo donde se registraban las medidas sanitarias ejecutadas, las reglas de hospitalidad y la elección de un buen baquiano para evitar caídas del caballo, extravíos o accidentes.
Y es que los sanitaristas estaban expuestos a muchos riesgos en su trabajo de campo. En un comienzo, estaban los peligros físicos que otorgaban un carácter heroico a la estadía en el campo. El carácter iniciático de experiencia incluía una serie de pruebas que debían vencer en su cacería de la enfermedad por el interior de Brasil.
¿Cómo evitar el contagio y la contaminación, bajo todas las formas en que estos se presentaban? ¿Cómo lidiar con tantos elementos patógenos, criaturas abominables y seres execrados en ese territorio de lo desconocido que era el interior del país? Los sanitaristas se convertían en auténticos detectives multiespecie que localizaban nidos, identificaban olores de rata, rastreaban huellas y roeduras.
¡Ay, la maldición de los virus, las bacterias y los protozoos! ¿Cómo identificar, en cada caso, esa “fuente del mal”, representada por las enfermedades y sus vectores –ratas, mosquitos, vinchucas–? Uno de los desafíos consistía en realizar un gran sondeo de roedores en el Nordeste: había que sorprender a la peste, interrumpir la cadena de contagio antes de que surgieran los primeros casos en seres humanos.
A esto se sumaba otra complejidad: la gente de campo solo acudía al médico cuando se encontraba en un estado desesperante. Para ese entonces, el enfermo ya tenía pocas chances de vivir y la epidemia de peste bubónica se había propagado.
La valoración del cuerpo como herramienta que debe utilizarse al máximo y cuyas “fallas” deben ocultarse resulta usual en los sectores populares, como fue analizada en detalle en un trabajo clásico de Boltanski (1975): ¿cómo ser resistente al dolor? ¿Cómo hacer “funcionar” el cuerpo durante el mayor tiempo y con la mayor intensidad posible? Como señala Bourdieu (1986), la relación con el propio cuerpo es una forma particular de experimentar la posición en el espacio social.
En algunas ocasiones, las denuncias por brotes de peste bubónica llegaban tan tarde que debían exhumar cadáveres para diagnosticar a los enfermos, para ese entonces ya fallecidos. La profesión estaba llena de peligros, tal como lo evocan estos antiguos compañeros de trabajo de la Salud Pública. Pero el riesgo permanente que se corría en el contacto con humanos y animales, vivos y muertos, nos dice Neiva, era también una forma de encontrarse a sí mismos.
Como señalé al comienzo, este libro no solo traza un notable fresco de época sino que habilita múltiples reflexiones sobre nuestra coyuntura contemporánea. Hace tan solo un año, una nueva variante del COVID-19 se propagaba por distintos continentes. No puedo dejar de pensar en esos sanitaristas brasileños que festejaron la erradicación de la fiebre amarilla en 1955 para enfrentarse, tan solo una década más tarde, a su reflorecimiento.
Las epidemias nos dejan cicatrices profundas, comenta Neiva; y sus palabras no pueden menos que estremecernos hoy día, en el marco de la esperada traducción y reedición de Viaje, Experiencia y Memoria: Narrativas de profesionales de la Salud Pública de los años 1930.
Vieira nos recuerda, hacia el final de su trabajo, que las epidemias –y pandemias– constituyen eventos que alteran la fisonomía de una región o un país, marcando el inconsciente colectivo de los grupos sociales. El libro nos invita a emprender un viaje literario, existencial y etnográfico donde se entrecruzan historias humanas, animales y técnicas del Brasil profundo, hace casi un siglo.
Bibliografía
BOLTANSKI, Luc, 1975, Los Usos Sociales del Cuerpo. Buenos Aires, Ediciones Periferia.
BOURDIEU, Pierre, 1986, “Notas provisionales sobre la percepción social del cuerpo”, en Charles Wright Mills et al. (orgs.), Materiales de Sociología Crítica. Madrid, La Piqueta, 183-194.